lunes, 7 de febrero de 2011

Fragmento: "En la ciudad de oro y plata" - Kenizé Mourad

- ¡Qué vergüenza! Pero, entonces, ¿qué es lo que buscan?
- Es muy sencillo: quieren arruinarnos y deshonrarnos con el fin de arrebatarnos cualquier influencia sobre nuestros campesinos y convertirse en los únicos amos.
-En mi opinión, el problema es más complicado- interviene un hombre de barba blanca-. Los ingleses no son simplemente codiciosos, están convencidos de poseer la verdad, creen que, puesto que su sistema de valores es universal, deben difundirlo por el mundo entero: un sentimiento de superioridad que procede de su ignorancia respecto de las otras civilizaciones. Los más fuertes raramente se toman el trabajo de entender a aquellos a quienes dominan, se aferran a los detalles que encuentran chocantes o risibles, y eso les refuerza sus prejuicios.
- Pero cuando tratamos de hacérselo ver, incluso cuando conseguimos demostrarles que se equivocan, se cierran en banda y ponen fina toda discusión.
-¡Evidentemente! Esa ceguera les es indispensable: si no se creyeran superiores, ¿cómo podrían justificar su dominio? Si se dieran cuenta de que su cultura, religión o su sistema de gobierno no son mejores que otros, no tendrían ninguna razón válida para imponerlos. Estarían obligados a admitir que esas ideas que no se les caen de la boca, el establecimiento de un mundo mejor, la defensa de los oprimidos, no son más que bellas palabras para disimular su voluntad de apropiarse de los recursos de aquellos que no se pueden defender.
-Exactamente lo que han hecho destituyendo a nuestro rey y confiscando nuestros bienes bajo pretexto de inmoralidad- coincide un enorme taluqdar atusándose el bigote-. ¡Esos ingleses son el demonio!
- Desengáñate, querido amigo, no son solamente los ingleses, son los poderosos en general. Lo han hecho siempre y lo continuarán haciendo.
- Visto así, creo que los animales son muy superiores - subraya un viejo taluqdar-. Ellos matan para satisfacer sus necesidades vitales, pero luego dejan vivir a los otros. Los hombres, en cambio, no ponen ningún límite a su avidez, acumulan riquezas hasta no saber qué hacer con ellas, ¡ y peor para aquellos que se hundan en a miseria! [...]

No hay comentarios: