lunes, 23 de julio de 2012

El pulso ganado de la ciencia a la religión


Antaño se podía se podía decir que Dios tenía dos caracteres en lo que se refiere a nuestra vida "material" (no en lo referente a la otra posible vida): el de creador y el de ordenador del universo. El carácter de creador se refiere evidentemente a la propia existencia de lo material, y según la corriente de pensamiento, también a la existencia de lo espiritual. Mientras que el carácter de ordenador se refiere a la capacidad de intervenir en el trancurso de la historia, de intervenir en las relaciones de la materia. 

Gracias a muchos años de desarrollo de la actividad científica, al esfuerzo mental y físico de muchísimas personas, de represión y de persecución, hoy podemos decir que el segundo carácter de Dios carece por completo de sentido. La ciencia no explica, y dudo mucho que lo explique algún día, la existencia de las leyes y principios que rigen nuestra realidad. En este sentido, la ciencia únicamente describe el comportamiento de lo material, afirma que existen leyes y explica como éstas actúan, pero en ningún caso explican su existencia. Se sabe que existe la ley de gravitación universal, que si existen dos partículas con masa, éstas se atraen con una fuerza proporcional a sus masas e inversamente proporcional a su distancia. Se sabe que la suma de fuerzas es igual al producto de la masa por la aceleración, lo que se conoce como tercera ley de Newton; y todo esto a velocidades inferiores a la de la luz. En base a esto podemos conocer por ejemplo el tiempo (con mayor o  menor aproximación, pues suelen existir más fenómenos que los incluidos en los modelos) que va a tardar en caer un cuerpo sobre la superficie de la Tierra. Pero en ningún caso la ciencia explica la existencia de dicha ley de gravitación universal ni la tercera ley de Newton, más que por la demostración en base a la experiencia. Dice y demuestra que se da dicha relación, pero no explica por qué existe.

De esta forma, hoy podemos decir que la ciencia le ha arrebatado a la religión el segundo carácter que Dios tenía, el de ordenador del universo. Hoy ya podemos decir que nuestro día a día se rige por una seria de causas y efectos que la ciencia con mayor o menor precisión describe y es capaz de prever. Y si en alguna materia aún no es capaz, sabemos que es cuestión de tiempo e ingenio. Así, la ciencia ha relegado a Dios al único papel de creador de nuestra realidad y en cualquier caso de ese posible más allá. 

Este proceso no ha sido gratuito ni trivial,  ha costado muchas vidas humanas, pero además ha tenido una gran influencia sobre nuestra sociedad. Necesariamente, al arrebatarle a la religión el segundo carácter de Dios, le ha arrebatado con él su poder; de ahí el temor de la iglesia al avance de la ciencia. Así nos encontramos en una sociedad dónde la religión como instrumento de poder no tiene capacidad (aunque aún  tenga demasiado, más por herencia que por coherencia con la realidad). Ya le hemos perdido el miedo al castigo divino. Sabemos que el posible ser superior no interviene en nuestro día a día. Le podremos tener miedo a los mercados, pero mientras el sistema educativo sea capaz de transmitir la experiencia y el conocimiento, nunca más le tendremos miedo a Dios.

viernes, 24 de febrero de 2012

Hay gotas

Hay gotas que caen de las nubes,
y van al aljibe.
Hay gotas que caen del cielo,
que a las hojas cohíben.

Hay gotas que caen del mar,
y están saladas.
Gotas que caen del río,
y son dulces.
También hay gotas sedientas,
fanfarronas y hambrientas.

Hay gotas que condensan
y en la noche desvelan.
Y Hay gotas que colman,
que nunca llenan.

Pero hay gotas que por más
que fluyan, resbalen o corran,
siempre están de vuelta.
Y esas, son las mejores gotas.


martes, 3 de enero de 2012

Error de concepto del Liberalismo económico

Muchos militantes del PSOE dicen que en el partido se debe reflexionar sobre su fururo, sobre como plantear la socialdemocracia en el nuevo contexto....pero siempre desde el prima del libre comercio.

Y ahí está la gran mentira del PSOE, si defiendes el libre comercio, la no intervención del estado, no puedes garantizar los derechos y necesidades sociales ni defender el estado del bienestar. Y el por qué responde al propio fundamento del libre comercio, a su ley "universal". Aquel que dice que si el estado no interviene en el flujo comercial, en competencia perfecta, los precios de cada uno de los productos y servicios se ajustan por la ley de la oferta y la demanda:

" Si hay muchos compradores que demandan un producto y/o pocos vendedores que lo ofertan sube su precio, y si hay muchos vendedores que lo ofertan y/o pocos compradores baja el precio".

Como muchos sabréis, la mayoría de leyes o teoremas van acompañados de una coletilla: su campo de aplicación. Como estudiante de ingeniería aeronáutica, voy a poner como ejemplo la ecuación de Euler- Bernouilli de la mecánica de fluidos. Esta dice que la presión de remanso a lo largo de una línea de corriente se mantiene constante siempre que los efectos viscosos sean despreciables, el flujo sea incompresible y el caudal sea constante (la coletilla). O bien, el teorema fundamental del cálculo, que dice básicamente que una función en un intervalo es igual a la integral en dicho intervalo de la derivada de dicha función, pero para ello la función debe ser continua e integrable al menos en el intervalo definido (la coletilla).

Pues bien, cuando se aplica la ley de la oferta y la demanda, además de que la competencia casi nunca es perfecta, se olvida añadir otro aspecto de su campo de aplicación. Más a allá de tener en cuenta que los precios bajan mucho más lentamente - debido a una bajada de la demanda - de lo que suben cuando baja la oferta, hay que tener en cuenta cuando se puede emplear dicha ley, es decir, cuando se ajusta realmente el precio de un bien o servicio al equilibrio entre la oferta y la demanda.

Es muy simple, la demanda baja bien porque los demandantes han satisfecho sus necesidades respecto del producto o bien porque se considera que el precio está por encima del esperado. Sin embargo, puedes negarte a pagar por un bien o servicio cuando consideras que tiene un precio excesivo o por encima del valor esperado, siempre que no lo necesites imperiosamente, es decir, siempre que el artículo no sea de primera necesidad. Un ejemplo claro es el del agua, dónde por ejemplo, si el precio es de 100 € por litro (claramente desmesurado), por muy elevado que sea estás obligado a pagarlo bajo la consecuencia de morir de sed; y no porque suba o baje su precio vas a dejar de comprarla. Esto mismo ocurre con cualquier bien o servicio de primera necesidad como la sanidad, los alimentos (básicos), la vivienda e incluso la educación. Ahí es cuando no se establece un equilibrio entre la oferta y la demanda y la intervención del estado se hace fundamental, cuando hay que cortar las ansias de los especuladores y poner reglas que regulen su precio y su comercialización más allá de la ley de la oferta y la demanda.

Así pues, podríamos añadir la coletilla al enunciado de esa ley bajo la que se rige nuestro presente (político y económico) y, si no se levantan los ciudadanos de a pie, nuestro futuro:

"El precio de un producto se sitúa en el equilibrio entre la oferta y la demanda, siempre y cuando, además de encontrarse en régimen de competencia perfecta, el bien y servicio no sea de primera necesidad"