sábado, 2 de febrero de 2008

Sin título

Marcelo, se levantó apenado. Más bien contrariado. Hacía sólo un instante que rozaba sus labios, apenas humedecidos por la ternuna del momento. Se le antojaba cercana, tímida en su mundo, rociada por el brillo incesante de sus ojos. Paola, morena de pelo largo, estaba ahí, a su lado, callada, observando. Le prestaba su sonrisa, esa muestra de cariño que le desbordaba. Suavemente se volvían a juntar sus labios, Marcelo, apenas entreabiertos los ojos, la miraba con admiración. Lentamente acercaba su boca al cuello de Paola, a besos cortos ascendia hasta su oreja, y en un leve susurro, Paola se estremecía. Oía su respiración, pausada y retenida, mientras notaba un frescor en su oreja. Jamás escuchó nada tan claro como el chapoteo de su lóbulo. Un escalofrío recorría su tierno cuerpo desnudo. Marcelo notaba su pequeño jadeo en aumento, y aún más lentamente descendía por el espigado cuello, beso a beso, recorriendo cada centímetro de su piel, hasta encontrarse son sus senos redondos y erguidos. Esta vez su lengua hacía círculos alrededor del pezón en un vaivén armonioso. Esta vez escuchaba el corazón de Paola, el cual se disparaba a un rítmo frenético, su respiración se hacía más sonora y su cuerpo entero entraba en un estado transitorio en el que sus sentidos era la fuente de su ser. Un río caudaloso manaba dentro de su cuerpo, cuando sentía un cosquilleo bajo su ombligo. Sus bocas volvían a unirse, pero de forma más ardiente, sus lenguas se rozaban, iban y venían desenfrenadas. Tras un instante de locura, sus cuerpos quedaron satisfechos. Caían el uno juento al otro, arropados por la espesura del aire que los envolvía, cuando se escuchó una voz que decía: Paola, te adoro.






En mi sueño te encontré,
y nunca más, quise salir de él.

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